Me contrataron finalmente en un almacén de recambios de automóviles. Estaba en Flower Street, bajando por la Onceava calle. Vendían al detalle en la parte delantera y también se encargaban de ventas al por mayor a otros distribuidores y tiendas. Tuve que hacer el numerito para conseguir el empleo —les dije que me gustaba pensar en mi trabajo como un segundo hogar. Eso les gustó.
Era el empleado de recibos. También solía recorrerme media docena de sitios en la vecindad apuntando pedidos. Me ayudaba a olvidarme del gran edificio.
Un día, durante el descanso del almuerzo, me fijé en un muchacho chicano con un aire intenso e inteligente que estaba leyendo las carreras del día en el periódico.
—¿Juegas a los caballos? —le pregunté.
—Sí.
—¿Me dejas ver el periódico?
Eché un vistazo a las carreras. Le devolví luego el periódico.
—My Boy Bobby tiene que ganar en la octava.
—Ya lo sé. Y no sale favorito.
—Lo tiene chupado, es el mejor de todos.
—¿Cuánto crees que pagarán?
—Alrededor de 9 a 2.
—Hostia, me gustaría poder apostarle.
—También a mí.
—¿A qué hora se corre la última en Hollywood Park? —me preguntó.
—A las cinco y media.
—Nosotros salimos de aquí a las cinco.
—Nunca conseguiremos llegar.
—Podemos intentarlo. My Boy Bobby va a ganar.
—Estamos de suerte.
—¿Vienes conmigo?
—Claro.
—Estáte atento al reloj. A las cinco en punto nos largamos.
A las cinco menos diez los dos estábamos trabajando lo más cerca posible de la salida. Mi compañero, Manny, miró su reloj.
—Robaremos dos minutos. Cuando yo empiece a correr, sígueme.
Manny estuvo colocando cajas de repuestos en una repisa trasera. De repente, salió como un rayo. Yo salí a toda leche detrás suyo y en un instante estábamos fuera del almacén, bajando descosidos por el callejón. El tío era un buen corredor. Supe más tarde que había sido campeón de los cuatrocientos metros en la universidad. Yo le seguí a dos metros de distancia a lo largo de todo el callejón. Su coche estaba aparcado junto a la esquina; abrió las puertas, montamos y salimos despendolados.
—Manny, nunca lo conseguiremos.
—Lo conseguiremos. Sé manejar este cacharro.
—Debemos estar a unos quince kilómetros de distancia. Tenemos que llegar allí, aparcar, luego ir desde el parking a la entrada y de allí a la ventanilla de apuestas.
—Sé cómo manejar este cacharro. Lo conseguiremos.
—No podemos pararnos ni siquiera en un disco en rojo.
Manny tenía un bonito coche nuevo y sabía como colarse entre los huecos del tráfico.
—Yo he jugado en todos los hipódromos de este país —dijo.
—¿También en Caliente?
—Sí, también allí. Los hijos de puta se llevan el veinticinco por ciento del dinero apostado.
—Ya lo sé.
—En Alemania es peor. En Alemania se llevan el cincuenta.
—¿Y consiguen que la gente apueste?
—Aun así consiguen apuestas. Los mamones se creen que todo lo que tienen que hacer es acertar el ganador.
—Nosotros les damos el seis por ciento, eso ya es bastante.
—Mucho. Pero un buen jugador puede pasarse ese robo por el culo.
—Sí.
—¡Mierda, un disco en rojo!
—Al carajo. Pásatelo.
—Voy a meterme a la derecha —Manny dio un volan-tazo, se coló entre dos coches y se pasó el semáforo—. Vigila por si viene algún coche patrulla.
—Vale.
Manny realmente sabía manejar el cacharro. Si apostaba a los caballos igual que conducía, Manny era un ganador seguro.
—¿Estás casado, Manny?
—Qué va.
—¿Mujeres?
—A veces, pero nunca dura.
—¿Cuál es el problema?
—Una mujer es una ocupación para todo el día. Tienes que elegir entre ella o tu profesión.
—Yo creo que existe un desahogo emocional.
—Y físico también. Ellas quieren follar día y noche.
—Búscate una con la que te guste follar.
—Sí, pero si tú bebes o juegas, ellas se creen que estás despreciando su amor.
—Búscate una a la que le guste beber, jugar y follar.
—¿Quién quiere una mujer así?
Llegamos a la entrada del parking. El aparcamiento era gratis después de la séptima carrera. La entrada al hipódromo también. No tener el programa ni una revista hípica era un jodido problema. Si había habido algún cambio, no podías estar seguro de qué número llevaba tu caballo.
Manny cerró su coche y empezamos a correr. Manny me sacaba cuatro cuerpos en la explanada del parking. Corrimos pasando la verja abierta y a través del túnel, que en Hollywood Park es bastante largo. Salimos del túnel al recinto del hipódromo, apuré el paso hasta quedar a sólo cinco cuerpos de Manny. Pude ver los caballos en la valla de salida. Hicimos un sprint desesperado hasta las ventanillas de apuestas.
—My Boy Bobby... ¿Qué número lleva? —le grité a un hombre con una sola pierna mientras íbamos corriendo. Antes de que pudiera contestarme, yo ya estaba demasiado lejos para oírle. Manny corrió hacia la ventanilla de cinco dólares. Cuando yo llegué ya tenía su boleto.
—¿Cuál es su número?
—¡El 8! ¡Es el caballo número 8!
Eché mis cinco dólares y recogí el boleto en el momento en que sonaba el timbre cerrando todas las máquinas de apuestas y salían los caballos de la valla.
Bobby tenía en el totalizador un 4 bajado de la línea de la mañana a 6 a uno. El caballo 3 era el favorito: 6 a 5. Era un premio de 8.000 dólares, mil ochocientos metros. Cuando pasaron por primera vez, el favorito iba conduciendo el pelotón con una cabeza de ventaja y Bobby galopaba a su lado como un ejecutor. Iba corriendo con potencia y relajado.
—Teníamos que haberle puesto diez dólares —dije—, lo tiene en el bote.
—Sí, hemos escogido al ganador. Está hecho, a no ser que algún petardazo mastuerzo salga de repente del pelotón.
Bobby se mantuvo al lado del favorito la mitad del recorrido hasta que llegaron a la última curva, entonces dio su repechón antes de lo que yo me esperaba. Era un truco que a veces utilizaban los jockeys. Bobby adelantó al favorito, se pegó a la valla e hizo su sprint en ese momento en vez de esperar a los metros finales. Les llevaba tres cuerpos y medio de ventaja en el punto culminante del estirón. Pero entonces salió del pelotón el caballo que nos podía hacer la puñeta, el número 4, estaba a 9 a uno y se estaba acercando. Pero Bobby volaba por la inercia. Ganó sin necesidad de fustigarle por dos cuerpos y medio de ventaja, y pagaron a 10,40 dólares.
Al día siguiente en el trabajo nos preguntaron el motivo de nuestra marcha repentina. Admitimos que habíamos ido a apostar en la última carrera y que teníamos intención de volver aquella tarde. Manny había elegido su caballo y yo también. Algunos de los chicos nos preguntaron si podíamos hacer algunas apuestas por ellos. Yo dije que no sabía. Al mediodía, Manny y yo nos fuimos a almorzar a un bar.
—Hank, vamos a cogerles sus apuestas.
—Esos tíos no tienen apenas dinero, todo lo que tienen es la calderilla para el café y el chicle que les dan sus esposas y no tenemos tiempo para andar haciendo el imbécil en las ventanillas de dos dólares.
—No vamos a apostar su dinero, nos lo guardaremos.
—Pero supón que ganan.
—No ganarán. Siempre escogen el caballo equivocado. De algún modo se las arreglan siempre para escoger el caballo equivocado.
—Supón que apuestan a nuestro caballo.
—Entonces sabremos que nos hemos equivocado de caballo.
—Manny, ¿qué haces trabajando con repuestos de automóviles?
—Descansando. Mis ambiciones sufren el handicap de la pereza.
Nos bebimos otra cerveza y volvimos al almacén.
Era el empleado de recibos. También solía recorrerme media docena de sitios en la vecindad apuntando pedidos. Me ayudaba a olvidarme del gran edificio.
Un día, durante el descanso del almuerzo, me fijé en un muchacho chicano con un aire intenso e inteligente que estaba leyendo las carreras del día en el periódico.
—¿Juegas a los caballos? —le pregunté.
—Sí.
—¿Me dejas ver el periódico?
Eché un vistazo a las carreras. Le devolví luego el periódico.
—My Boy Bobby tiene que ganar en la octava.
—Ya lo sé. Y no sale favorito.
—Lo tiene chupado, es el mejor de todos.
—¿Cuánto crees que pagarán?
—Alrededor de 9 a 2.
—Hostia, me gustaría poder apostarle.
—También a mí.
—¿A qué hora se corre la última en Hollywood Park? —me preguntó.
—A las cinco y media.
—Nosotros salimos de aquí a las cinco.
—Nunca conseguiremos llegar.
—Podemos intentarlo. My Boy Bobby va a ganar.
—Estamos de suerte.
—¿Vienes conmigo?
—Claro.
—Estáte atento al reloj. A las cinco en punto nos largamos.
A las cinco menos diez los dos estábamos trabajando lo más cerca posible de la salida. Mi compañero, Manny, miró su reloj.
—Robaremos dos minutos. Cuando yo empiece a correr, sígueme.
Manny estuvo colocando cajas de repuestos en una repisa trasera. De repente, salió como un rayo. Yo salí a toda leche detrás suyo y en un instante estábamos fuera del almacén, bajando descosidos por el callejón. El tío era un buen corredor. Supe más tarde que había sido campeón de los cuatrocientos metros en la universidad. Yo le seguí a dos metros de distancia a lo largo de todo el callejón. Su coche estaba aparcado junto a la esquina; abrió las puertas, montamos y salimos despendolados.
—Manny, nunca lo conseguiremos.
—Lo conseguiremos. Sé manejar este cacharro.
—Debemos estar a unos quince kilómetros de distancia. Tenemos que llegar allí, aparcar, luego ir desde el parking a la entrada y de allí a la ventanilla de apuestas.
—Sé cómo manejar este cacharro. Lo conseguiremos.
—No podemos pararnos ni siquiera en un disco en rojo.
Manny tenía un bonito coche nuevo y sabía como colarse entre los huecos del tráfico.
—Yo he jugado en todos los hipódromos de este país —dijo.
—¿También en Caliente?
—Sí, también allí. Los hijos de puta se llevan el veinticinco por ciento del dinero apostado.
—Ya lo sé.
—En Alemania es peor. En Alemania se llevan el cincuenta.
—¿Y consiguen que la gente apueste?
—Aun así consiguen apuestas. Los mamones se creen que todo lo que tienen que hacer es acertar el ganador.
—Nosotros les damos el seis por ciento, eso ya es bastante.
—Mucho. Pero un buen jugador puede pasarse ese robo por el culo.
—Sí.
—¡Mierda, un disco en rojo!
—Al carajo. Pásatelo.
—Voy a meterme a la derecha —Manny dio un volan-tazo, se coló entre dos coches y se pasó el semáforo—. Vigila por si viene algún coche patrulla.
—Vale.
Manny realmente sabía manejar el cacharro. Si apostaba a los caballos igual que conducía, Manny era un ganador seguro.
—¿Estás casado, Manny?
—Qué va.
—¿Mujeres?
—A veces, pero nunca dura.
—¿Cuál es el problema?
—Una mujer es una ocupación para todo el día. Tienes que elegir entre ella o tu profesión.
—Yo creo que existe un desahogo emocional.
—Y físico también. Ellas quieren follar día y noche.
—Búscate una con la que te guste follar.
—Sí, pero si tú bebes o juegas, ellas se creen que estás despreciando su amor.
—Búscate una a la que le guste beber, jugar y follar.
—¿Quién quiere una mujer así?
Llegamos a la entrada del parking. El aparcamiento era gratis después de la séptima carrera. La entrada al hipódromo también. No tener el programa ni una revista hípica era un jodido problema. Si había habido algún cambio, no podías estar seguro de qué número llevaba tu caballo.
Manny cerró su coche y empezamos a correr. Manny me sacaba cuatro cuerpos en la explanada del parking. Corrimos pasando la verja abierta y a través del túnel, que en Hollywood Park es bastante largo. Salimos del túnel al recinto del hipódromo, apuré el paso hasta quedar a sólo cinco cuerpos de Manny. Pude ver los caballos en la valla de salida. Hicimos un sprint desesperado hasta las ventanillas de apuestas.
—My Boy Bobby... ¿Qué número lleva? —le grité a un hombre con una sola pierna mientras íbamos corriendo. Antes de que pudiera contestarme, yo ya estaba demasiado lejos para oírle. Manny corrió hacia la ventanilla de cinco dólares. Cuando yo llegué ya tenía su boleto.
—¿Cuál es su número?
—¡El 8! ¡Es el caballo número 8!
Eché mis cinco dólares y recogí el boleto en el momento en que sonaba el timbre cerrando todas las máquinas de apuestas y salían los caballos de la valla.
Bobby tenía en el totalizador un 4 bajado de la línea de la mañana a 6 a uno. El caballo 3 era el favorito: 6 a 5. Era un premio de 8.000 dólares, mil ochocientos metros. Cuando pasaron por primera vez, el favorito iba conduciendo el pelotón con una cabeza de ventaja y Bobby galopaba a su lado como un ejecutor. Iba corriendo con potencia y relajado.
—Teníamos que haberle puesto diez dólares —dije—, lo tiene en el bote.
—Sí, hemos escogido al ganador. Está hecho, a no ser que algún petardazo mastuerzo salga de repente del pelotón.
Bobby se mantuvo al lado del favorito la mitad del recorrido hasta que llegaron a la última curva, entonces dio su repechón antes de lo que yo me esperaba. Era un truco que a veces utilizaban los jockeys. Bobby adelantó al favorito, se pegó a la valla e hizo su sprint en ese momento en vez de esperar a los metros finales. Les llevaba tres cuerpos y medio de ventaja en el punto culminante del estirón. Pero entonces salió del pelotón el caballo que nos podía hacer la puñeta, el número 4, estaba a 9 a uno y se estaba acercando. Pero Bobby volaba por la inercia. Ganó sin necesidad de fustigarle por dos cuerpos y medio de ventaja, y pagaron a 10,40 dólares.
Al día siguiente en el trabajo nos preguntaron el motivo de nuestra marcha repentina. Admitimos que habíamos ido a apostar en la última carrera y que teníamos intención de volver aquella tarde. Manny había elegido su caballo y yo también. Algunos de los chicos nos preguntaron si podíamos hacer algunas apuestas por ellos. Yo dije que no sabía. Al mediodía, Manny y yo nos fuimos a almorzar a un bar.
—Hank, vamos a cogerles sus apuestas.
—Esos tíos no tienen apenas dinero, todo lo que tienen es la calderilla para el café y el chicle que les dan sus esposas y no tenemos tiempo para andar haciendo el imbécil en las ventanillas de dos dólares.
—No vamos a apostar su dinero, nos lo guardaremos.
—Pero supón que ganan.
—No ganarán. Siempre escogen el caballo equivocado. De algún modo se las arreglan siempre para escoger el caballo equivocado.
—Supón que apuestan a nuestro caballo.
—Entonces sabremos que nos hemos equivocado de caballo.
—Manny, ¿qué haces trabajando con repuestos de automóviles?
—Descansando. Mis ambiciones sufren el handicap de la pereza.
Nos bebimos otra cerveza y volvimos al almacén.
4 comentarios:
El único B. que he leído es este Factotum, en una mierda de curso titulado "Estructuras de poder a lo largo de la Historia". Charles me salvó de la paranoia.
El curso ese parece sacado de uno de los cursos de verano que puse de Woody Allen jejeje. No le encuentro la relación estrecha pero bueno jejeje. El que está muy bien de Bukoski es "Mujeres", a mí me gustó mucho. Por cierto, al foto que aparece es un fotograma de la peli que escribió B. para el cine "Barfly", interperetada por Mickey Rourke (qué mejor borracho que él para hacerlo jejeje) y Faye Dunaway. Tuviste suerte de leer en un curso a B. pues un amigo licenciado en filología inglesa me dijo que en su carrera ni se menciona a Bukowski ni a Burroughs: hipocresía de los planes universitarios y política correcta de la enseñanza.
Si te dijera los libros que no hemos leído en la licenciatura en Historia...Lamentables, no solo los planes, sino los profes: para algo existe la libertad de cátedra (articulo 20 me parece de la Constitución del 78
Sí que es lamentable la libertad con la que se toman la libertad de cátedra, la corrompen con lo políticamente correcto o lo llenan con los libros de textos obligatorios escritos por los mismos profesores. Como dice W. Allen: Hay que acabar de una vez por todas con la cultura...universitaria, claro jejeje.
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