martes, 7 de abril de 2009

El verdugo

Cuenta la historia que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y rapidez al decapitar a sus víctimas, pero toda su vida había tenido una secreta aspiración jamás realizada todavía: cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y practicó y finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición.

Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al verdugo:

-¿Por qué prolongas mi agonía? -le preguntó-. ¡Habías sido tan misericordiosamente rápido con los otros!

Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo:

-Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor.







-A. Koestler-

4 comentarios:

supersalvajuan dijo...

Un trabajo. Y punto.

ScrinS dijo...

Eficacia al cien por cien.
Un abrazo

IB dijo...

bueno, hay trabajos y trabajos y este tipo tienen que pasar factura por estar, ya no ligado a la muerte, sino por ser uno mismo el arma ejecutor.

Dante dijo...

-Supersalvajuan, sí, señor. Hay que cumplir con el deber y de la manera más rápida posible.

-Scrins, tienes razón, no se le puede negar eficacia. Un tipo honrado que cumple con su labor, XD.
Un abrazo.

-Malia, los verdugos eran los tipos más odiados y detestables en su época. Eran desdeñados por toda la sociedad, ya fueran nobles o plebeyos. Creo que en la Edad Media no existían tantos remordimientos como en la actualidad. Se tenía que sobrevivir al precio que fuera. No habían psicólogos, lamentablemente, para encauzar las frustaciones de un governante que permite la pena de muerte. Lo malo es que no es la mejor muerte ésta, pues la cabeza puede seguir almacenando oxígeno durante 4 minutos máximo, lo que permite que la víctima pueda ver lo que ocurre un ratito. Qué desgracia.