martes, 13 de enero de 2009

El árbol del orgullo

Si bajan a la Costa de Berbería, donde se estrecha la última cuña de los bosques entre el desierto y el gran mar sin mareas, oirán una extraña leyenda sobre un santo de los siglos oscuros. Ahí, en el límite crepuscular del continente oscuro, perduran los siglos oscuros. Sólo una vez he visitado esa costa; y aunque está enfrente de la tranquila ciudad italiana donde he vivido muchos años, la insensatez y la trasmigración de la leyenda casi no me asombraron, ante la selva en que retumbaban los leones y el oscuro desierto rojo. Dicen que el ermitaño Securis, viviendo entre árboles, llegó a quererlos como a amigos; pues, aunque eran grandes gigantes de muchos brazos, eran los seres más inocentes y mansos; no devoraban como devoran los leones; abrían los brazos a las aves. Rogó que los soltaran de tiempo en tiempo para que anduvieran como las otras criaturas. Los árboles caminaron con las plegarias de Securis, como antes con el canto de Orfeo. Los hombres del desierto se espantaban viendo a lo lejos el paseo del monje y de su arboleda, como un maestro y sus alumnos. Los árboles tenían esa libertad bajo una estricta disciplina; debían regresar cuando sonara la campana del ermitaño y no imitar de los animales sino el movimiento, no la voracidad ni la destrucción. Pero uno de los árboles oyó una voz que no era la del monje; en la verde penumbra calurosa de una tarde, algo se había posado y le hablaba, algo que tenía la forma de un pájaro y que otra vez, en otra soledad, tuvo la forma de una serpiente. La voz acabó por apagar el susurro de las hojas, y el árbol sintió un vasto deseo de apresar a los pájaros inocentes y de hacerlos pedazos. Al fin, el tentador lo cubrió con los pájaros del orgullo, con la pompa estelar de los pavos reales. El espíritu de la bestia venció al espíritu del árbol, y éste desgarró y consumió a los pájaros azules, y regresó después a la tranquila tribu de los árboles. Pero dicen que cuando vino la primavera todos los árboles dieron hojas, salvo este que dio plumas que eran estrelladas y azules. Y por esa monstruosa asimilación, el pecado se reveló.




-G.K. Chesterton-

2 comentarios:

g dijo...

Recuerdo una época cuando tenía 15 años que quería tener un árbol de bugambilias en medio de mi cuarto y que las enredaderas se engancharan en el techo para tener un cuarto lleno de flores que salen desde el centro y se esparcen por toda la habitación.. pensar que ese árbol fuese de plumas de pavo es aún más tentador. en méxico tenemos pavoreales en el jardín, al principio sólo había 1 y llegamos a comprar hasta tener 4, de allí se fueron reproduciendo y ahora los vendemos cada vez que podemos, se reproducen a chorros y de cada dos camadas sale un albino, son los que más me gustan, un pájaro blanco enooorme. Eso sí, son todos unos salvajes, una vez uno, el primero que tuvimos, atacó al jardinero y él se defendió y lo que tenía a mano era una pala así que le metió una ostia y desde entonces el pavo está medio cojo, pero aún así sigue siendo el patriarca y el rey de la mejor parte del jardín. Le llamamos "el rudo" jaja.

Dante dijo...

La gracia y la casualidad es que quise poner una foto de un pavo real albino, pero no encontré en blanco y negro, jeeje. Normal, me dije después, pues no se vería el contraste con lo que le rodeara.
Es precioso el albino. En la Devesa, cuando era pequeño había un enorme parque lleno de pavor reales aunque no te lo pueda parecer, siempre me llevaban, era genial, tan majestuosos, mansos pero bellos. Pero veo que no lo pueden ser tanto, jejje. Lo digo por "el rudo", jejeje, bonita historia, tanto como la de las enredaderas enhebrándose y abrazando tu habitación. Simbología muy bella como para hacer un cuento.