jueves, 13 de noviembre de 2008

El hijo ingrato

Un día estaba un hombre sentado con su mujer a la puerta de su casa, y se hallaban comiendo con mucho gusto un pollo, el primero que les habían dado aquel año las gallinas. El hombre vio venir a lo lejos a su anciano padre y se apresuró a ocultar el plato para no tener que darle, de modo que el visitante sólo bebió un trago y se volvió en seguida.
En aquel momento fue el hijo a buscar el plato para ponerlo en la mesa, pero el pollo asado se había convertido en un sapo muy grande que saltó a su rostro, al que se adhirió para siempre. Cuando intentaban quitarlo de allí, el horrible monstruo lanzaba a las gentes miradas venenosas como si fuera a tirarse a ellas, así es que nadie se atrevía a acercarse. El hijo ingrato quedó condenado a sustentar al sapo, pues si no le devoraba la cabeza. Así pasó el resto de sus días vagando miserablemente por la tierra.




-Hermanos Grimm-

2 comentarios:

supersalvajuan dijo...

Qué desagradecido. A cada cerdo le toca su sapo.

Dante dijo...

Muy buen comentario. Aquí no hay ningún San Martín.